A una gran mujer

Este post es especial. No voy a hablar de crianza, ni de viajes, ni de decoración. Este texto se lo dedico exclusivamente a una gran mujer, mi gran referente, mi abuela Lala.

Mis abuelos, Lala y Lalo, como siempre, presentes, en mi cumple de 9.

Mi abuela Lala

en realidad, se llamaba Aurelia (de origen latino, significado: dorada y resplandeciente). Nombre que heredó mi hija Malena. Mi abuela Lala se convirtió en Lala cuando nació mi primo mayor. Hasta ese momento era, simplemente, Aurelia, nombre que le eligió su madrina. Aurelia nació en una aldea de Galicia, cerca de Coruña, en el añ0 1920. La segunda de trece hermanos. Este año cumpliría 99, pero partió de este mundo a los 96 años, diez meses y doce días. Exactamente, un 14 de junio de 2017. Un día como hoy. Es por ello que quiero recordarla hoy y compartir con ustedes un poco más de esta mujer fuerte, tenaz, con grandes valores y a quien admiro profundamente. De quien tanto he aprendido. A quien quiero parecerme, aunque sea, un poquito.

Mi abuela en Mar del Plata en los años ’40

Corrían tiempos difíciles en España, principalmente en Galicia. Mi abuela tomaba clases de costura en Betanzos y se ocupada de cuidar de sus hermanos más pequeños, mientras sus padres y su hermana mayor, Esperanza, trabajaban en el campo. Cuando la situación empeoró, los padres le dieron a elegir, o comenzaba a trabajar con ellos en el campo o tendría que embarcarse a Argentina, a casa de unos tíos, a quienes no había visto en su vida. Aurelia no lo dudó, iría a ese país del que tanta gente hablaba maravillas, una tierra prometedora, llena de esperanzas, donde comenzar su vida lejos de su tierra. Ese país que no podía ni siquiera ubicar en el mapa, a casas de esos tíos que no conocía. 40 días de travesía en barco, junto a un conocido de la familia, desconocido para ella, no la detuvieron. Era demasiado joven e inocente para medir siquiera los riesgos que ello implicaba.

Lamentablemente poco sé de la travesía en altamar. Solo sé, que cuando llegó a Buenos Aires, no había nadie esperándola. Estuvo cuatro horas sentada en el puerto esperando a que alguien la recogiese. No puedo ni quiero imaginarme el miedo que habrá pasado, la desolación, las dudas que le habrán surgido en ese momento. Con solo quince años, con una inocencia impensada para nosotros. Una inocencia desconocida por nosotros.

Sus primeros años en Argentina no fueron fáciles. Tuvo que trabajar muy duro para poder hacer su camino. Sufrió desencuentros, desengaños, malos momentos, soledad. Lo mismo que por su familia durante la guerra civil española. Cosía incansablemente ropa para su familia, que mandaba en bolsas viejas para que nadie sospechase de que se trataba de ropa nueva. A los 24 años se casó con mi abuelo Lalo (quien hasta convertirse en Lalo era Alberto). Abrió su propia peluquería, donde trabajó sin cesar. También fue modista, de las buenas. Tuvo dos hijos, sola y lejos de casa, como tantas de nosotras, pero hace más de setenta años. No contaba con el soporte y ayuda que tenemos nosotras, ni la información al alcance de la mano, y mucho menos, con estudios. Pero hizo un excelente trabajo como madre y trabajadora. Fue una gran amiga, una gran madre, una gran mujer.

Tuvo seis nietos. Cuando mis padres decidieron mudarse a Rio Negro, en el año 1986, mis abuelos nos extrañaron tanto, que decidieron dejar la capital y mudarse a la Patagonia para tenernos cerca. Y ¡que suerte tuvimos de haberlos disfrutado tanto!

Matteo en el Campo de la casa materna de mi abuela, en Cos, Galicia.

Podría hablar sobre lo dura que fue su vida, sobre las cosas que le tocaron vivir, etc. Pero prefiero hacerlo desde mis recuerdos y no de lo que me contaron sobre ella. Porque son esas vivencias las que atesoro en mi mente, en mis recuerdos, en mi corazón. Mi vida esta marcada por ella. Mucho de lo que soy, lo soy gracias a ella. Reflexionando sobre muchas decisiones de mi vida me hacen dar cuenta que sigo sus pasos, que son sus huellas las que marcan mi camino. Yo volví a su país, a su tierra y me quedé en su continente.

Mi abuela con nosotras tres, en Río Negro, en 1988.

Recuerdo su patio con flores, rayitos de sol a doquier, geranios, aloe vera, nuestras charlas bajo el parral en verano, su máquina de coser, sus sábanas con un perfume inconfundible (que me trasladan a los momentos mas lindos de la vida, la infancia y su inocencia). Viajes en colectivo, paseos en la plaza, tardes de cine y visitas al kiosco. Sus fideos con manteca, su salsa de tomate, su pollo al limón, sus mates (soy tan matera gracias a esta galleguita hermosa que me transmitió esta tradición tan bonita), sus ojos claros, únicos. Su amor propio, su coquetería, porque era tan coqueta, tan presumida. Y la razón que tenía.

Nosotras tres con nuestra gran abuela

Cuando conocí y pisé su tierra por primera vez, en el añ0 2016, un remolino de sentimientos se apoderaron de mí. De mis ojos brotaron lágrimas, en mi corazón, sentimientos encontrados. No puedo explicarlo, pero el estar allí, en esa tierra tan poderosa, tan mía, tierra de mis raíces, me dí cuenta de que hay mucho más de mí en ella de lo que creía. Me invadieron sensaciones muy fuertes. Fueron días mágicos, de introspección. Me sentí mucho más unida a ella, a su pasado, a su vida, a su tierra, a su familia, a sus comienzos, a mis raíces, a mi pasado.

Bautismo de Matteo.

Dicen que las gallegas son medias brujas (cosa que aprendí cuando estuve allí). Mi abuela no era la excepción. Quien la conoció sabe perfectamente a lo que me refiero. Y aquí les demostraré cuan cierto era esto. En febrero de 2017 me llama mi mamá una tarde y me dice, la abuela dice que viene la nena en camino. En ese momento no existían planes de otro hijo. A fines de febrero, principio de marzo quedé embarazada. De una nena. Cuando supe que era nena, decidí darle a mi hija la posibilidad de llevar el nombre de la mujer a quien más admiro. Para mí, que Malena se llame Aurelia me llena de orgullo y siento que algo de ella sigue presente en nuestras vidas.

Nuestra última Foto juntas. Desgarrada de dolor con la certeza de saber que era nuestro último abrazo, nuestro último momento juntarás.

No pude despedirme de ella como hubiese querido. Fuí muy cobarde. Cuando su salud empeoró drásticamente, tuve la posibilidad de viajar a Argentina sola, en un viaje relámpago. Tenía la reserva hecha, pero un miedo interior me paralizó. No viaje. No me animé a dejar a Matteo solo y cruzar el Atlantico. ¿Si me lo recrimino? A veces. Otras veces, pienso que en fondo fue una manera de guardarla en mi memoria como en esa última foto juntas. En sus últimos meses empeoró mucho, me costaba reconocerla en las fotos. Lloré mis mares de lágrimas durante esos días, me arrepentí miles de veces, me perdoné otro centenar. Le escribí una carta de 10 páginas que le hice leer a mi mamá. Le dije hasta el cansancio lo que la adoré, lo que la adoro. Ella lo sabe, y es todo lo que a mí me vale. Matteo la recuerda, me habla de ella con una naturalidad increíble. La lloró a la par mía, a la par de mis hermanas, de mi madre. Mi abuela se fue, partió, como correspondía a su edad y cómo es la ley de la vida, pero sigue presente en nosotros. La siento a mi lado ( y ella se encarga de que así sea). Eso es todo lo que importa. Sentirla cerca. Su impronta sigue y seguirá presente en nuestras vidas. Sus enseñanzas, sus valores. Su amor también. Y eso es todo lo que cuenta y lo que vale.